Para Tatiana

jueves, 19 de mayo de 2011

Archivado con el hashtag 'Adminículos': 50. No puedo escribir. El que escribe es el autómata. Su mirada está fija en el punto en que la escritura deja de ser un animal vivo. Sus manos —lustrosas y frías— repiten un sólo movimiento: segmentan la carne, la limpian, la separan del hueso. En ese estado, la carne ya no es el animal sino muchos cuerpos. Para poder construirlo tuve que deshacerme de todo. Lo único que me queda es una habitación, llena de cajas y frascos, en la que guardo estos insectos. He aprendido a conservarlos, me he dedicado a ello con esmero y paciencia. Atrevo modestas disecciones, aún soy un aprendíz. Para poder escribir hay que matar a alguien. Para poder conservar esa máquina, para que sus manos repitan una y otra vez la misma acción, tengo que escribir con cierto detalle sobre los procedimientos que hacen posible su funcionamiento. Escribo un manual, aprendo a usarlo y me equivoco. No puedo escribir. Escucho el murmullo del insectario en la oscuridad. Mi placer consiste en imaginar que lo devoran todo.

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