Para Tatiana

jueves, 19 de mayo de 2011

Archivado con el hashtag 'Larvario': 97. No te persiguen los chillidos del animal. No piensas en su agonía. Volverías a cortar las patas del roedor sólo para ver cómo se retuerce, cómo intenta aferrarse, desconcertado, a un gesto de supervivencia que ya no tiene ningún sentido. Volverías a usar esa sustancia que hace que los peces se disuelvan de manera lenta en el agua turbia. Volverías a atormentar con el hierro a las crías del puerco, a los animales del rancho de tu abuelo. Volverías a ser aquel niño que, como Gamoneda, colgaba de las patas a una perra para golpearla con un cable. No hay culpa. No hay nada. La violencia es inexpugnable porque es sólo un instante, una de las variantes de la muerte sobre la que pesa un falso interdicto: no reproducirla. ¿Qué mejor que dirigirla hacia el cuerpo vacío, contingente y desechable, del animal? Ahí, en esa cabeza, todos los efectos permanecen ocultos.

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