Para Tatiana

viernes, 27 de mayo de 2011

Archivado con el hashtag 'Adminículos': 47. Un artefacto repite dos secuencias: 1. El extreme close up en Eraserhead (1977) que muestra cómo la sangre brota de manera ininterrumpida de un animal muerto y diminuto, y 2. La célebre secuencia de Pyscho (1960) en que la sangre y el agua son devorados por la pupila de Janet Leigh. Las dos nos enfrentan a un orificio llamado carne, las dos ejercen una fascinación que te hace desear ser ese mecanismo con que la cámara logra un falso registro de lo animal. En Eraserhead, la carne es algo producido por el hombre —"We’ve got chicken tonight. Strangest damn things, they’re man-made"—, algo que mantiene una relación anímica con él. Un ejemplo: mientras Henry pincha el cuerpo del pollo para cortarlo, cuando éste comienza a sangrar y a patalear, la madre de Mary sufre un acceso violento que termina con un grito de horror. El cuerpo emerge como una presencia terrible y extraña. Por otra parte, la abertura en Psycho —reproducida dos veces en el ojo de la mujer asesinada y el desagüe— supone un momento de transición entre el acto de brutalidad en donde el cuerpo es fragmentado, presentado en una serie de distintas posiciones de cámara, y la desaparición del mismo, su disolución en la abertura —que culmina con esa larga secuencia en la que Norman Bates limpia de manera minuciosa el cuarto de baño—. Si en Eraserhead la carne se desborda de manera exultante en el signo sangre, en Psycho encontramos el mismo signo diluido, tragado por ese vacío que termina por ser la superficie impasible del ojo. Dos momentos: desmesura y contención. Ambos registros son posibles por una violencia ejercida contra la mirada: 1. Obligada a ver desde muy cerca la sangre que se vuelve espuma; y 2. Enfrentada al ojo voraz del muerto. Estremecimiento y quietud, falso movimiento del animal.

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