Para Tatiana

viernes, 27 de mayo de 2011

Archivado con el hashtag 'Larvario': 95. Lo quemé todo, sólo me quedó la escritura. No había cuerpos que me esperaran, no me dirigía hacia ti. Fue en esa soledad que conocí la intimidad, el vínculo que une a la víctima con su verdugo. Ella afirmaba ser un animal, un pulso embrutecido que buscaba la exasperación de la carne, la desgarradura. Conviértelo todo en un instrumento con el que puedas golpearme, parecía decirme, y yo le abrí la boca a golpes. No disfrutaba de su placer, no disfrutaba de su mirada anhelante y lúbrica. Sentí odio y desprecio. Ella era un niño sobre el que una multitud de muchachos podía escupir, y yo era esos jóvenes y su crudeza. Escupí sobre su boca abierta, escribí mi desprecio sobre su piel. Ella me lo agradecía cada día con una devoción pagana. Su cuerpo, lleno de marcas y contusiones, rebozaba de alegría. Ahí se llevaban a cabo las transformaciones más profundas.

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